Mi padre falleció cuando tenía tan solo 45 años de edad. Era realmente joven, aunque como muchos de ustedes compartirán conmigo, el concepto de juventud va cambiando en la medida en que uno mismo se va haciendo viejo. Y no me voy a decir mentiras: si hubiera vivido más años, no estoy muy seguro si habría aprovechado su presencia, o si hubiera conversado más con él, o si lo hubiera acompañado a caminar en las tardes. Tal vez por esa verdad cultural que dice que “nadie sabe lo que tiene, hasta que lo pierde”. Prueba de ello es mi relación con mamá. La tengo cerca, viva y con energías. Aún está conectada, y no obstante, no comparto un tiempo de calidad con ella. Se trata de dar el salto, de aprovechar cada instante, cada minuto, cada segundo como una oportunidad para conversar, para estar.
A las personas mayores las vamos relegando como una acción instintiva; algo así como “el muerto al hoyo y el vivo al baile”, y esta es una práctica que se puede modificar en tanto tengamos acciones repetitivas que se hagan tradición y cultura en nuestra propia vida y se la sepamos transmitir a nuestros hijos para formar a las nuevas generaciones en el cuidado de las personas mayores, en el cuidado de nuestros viejos, en el cuidado de nuestros ancianos; sólo así podremos mostrar una madurez y evolución como especie humana: cuando aprendamos a proteger y a cuidar la fragilidad de las personas que amamos.
En LEGATUS generamos ambientes para compartir con tus adultos mayores, y si no tienes el tiempo para hacerlo, nosotros lo hacemos por ti, y estamos dispuestos a ser los aliados en el envejecimiento activo y feliz. Hazlo tú que puedes, ya que en mi caso, mi padre nunca envejeció.
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